Yo nací en una de esas casas cuna que ahora están todo el tiempo en las noticias. Donde se robaban niños y se cometían cientos de irregularidades. No digo que mi caso fuera así, pero nací en el mismo lugar que todos esos niños. Y quién sabe qué métodos utilizaron con mi madre biológica para convencerla de que diera a su bebé. Quizá era menor. Quizá no tenía medios. O quizá tenía muchos miedos. Y quizá yo no lo sepa nunca, porque la Iglesia Católica decidió ocultar esos datos y llegó a un pacto de Estado para ello. No sabemos si hay archivos o si los quemaron. Lo que sí sabemos es que nadie más que esas monjas tienen la clave de lo que pasó y de la identidad de las muchas parturientas que pasaron por sus dominios. Algunas irían voluntarias. Otras forzadas por sus familias. Otras tocadas por la necesidad. Quién puede saberlo ya.
En 1999 el Tribunal Supremo dictaminó que todo niño tiene derecho a conocer su filiación biológica, y por ende a saber quiénes son sus progenitores y por ende el nombre de su madre natural. Mater semper certa est, reza el Código de Familia catalán. Así que, pertrechada de leyes y saberes me personé ante la monja que me tuvo en sus brazos después de nacer. Pero de nada me sirvió. Ella había llegado a un pacto con esas familias de que nunca revelaría sus datos, y con esa condición nos dieron en adopción, así que ni un Juez ni un Fiscal ni toda la Democracia ni toda la Libertad la iban a convencer de lo contrario. Punto final.
Yo me contenté pensando que, sino yo, al menos los niños que nacieran después del 99 ya no tendrían mis problemas para conocer a su madre biológica. Mi proyecto de mini tesis universitaria versó sobre las renuncias de las madres a sus hijos y de cómo no hay manera actualmente de escaparse a la casilla del Registro Civil donde tienen que dejar impreso en letra grande su nombre y apellidos. No importa que luego quieran desaparecer y olvidar a su bebé. Tienen que dejar su nombre estampado. Porque los hijos tenemos derecho a saber, a conocer, a comprender el porqué de nuestro pelo rizado o nuestros ojos azules, o nuestra tendencia musical o nuestra enfermedad más reincidente. Lo dicen los Jueces y nos ha costado tanto conseguirlo...
Y ahora veo que la ley siempre encontrará una rendija por la que escaparse. En USA puede llegar Miguel Bosé o Tita Cervera o cualquier anónimo, y alquilarse un vientre por 80.000 euros. Después reciben documentos que testimonian que ese hijo es suyo y la madre de alquiler desaparece como por encanto. Llegan a España, los inscriben a su nombre y aquí paz y después gloria. Pero se han topado con una dificultad: la ley española ahora obliga a consignar el nombre de la madre natural en la ficha del Registro Civil del recién nacido. Si la pareja que adopta por este método es hetero, no tienen problema porque crean la ficción de que la madre adoptiva es la madre natural, supongo. Pero si los que adoptan son hombres, como en el caso de Miguel Bosé, qué se pone en la casilla de 'madre'?
Si sucediera en un país como el Nepal o Vietnam, diríamos que se están aprovechando de la debilidad ajena. Pero como sucede en USA quién se atreve a discutirlo.
Muchos homosexuales ya se habían topado con esta dificultad, pero será ahora con la entrada de un famoso cuando veamos qué se hace al respecto.
Madre sólo hay una. Y la mía tenía los ojos de Meryl Streep.