B de Black. Mi primer sueldo lo cobré en negro. Y el segundo también. Mi primera pasantía la realicé en un despacho que llevaba dos contabilidades, la de Hacienda y la otra. Mis primeros clientes tenían cuentas en Luxemburgo y sociedades pantalla en las Islas Vírgenes con cláusula de confidencialidad de beneficiario último. Para mí el dinero B era un juego más en mi mentalidad de abogada a lo Tom Cruise.
Luego crecí y comprendí que pagar impuestos era un concepto de solidaridad. Que gracias a los impuestos había colegios y hospitales para todos, y decidí que yo también quería formar parte de esa comunidad que aporta y revierte. Luego crecí un poco más y volví a comprender que ese dinero que yo aportaba también financiaba guerras sucias, campañas políticas extravagantes y ladrillazos, y que yo no podía elegir qué financiar y qué no. Casi me hago liberal, pero aguanté el tipo y seguí creyendo en la cosa común.
Después llegó la crisis, y con ella el PP al Gobierno, y vaticiné que nos privatizarían hasta el carnet de identidad. Y así ha sido. Lo que no se ha cumplido es lo que decía mi tía, que creía que por ser 'de derechas' uno robaba menos porque traía el dinero 'de cuna'. Urdangarín se compra una casa de seis millones de euros en Pedralbes, Rajoy y Cospedal cobraban sobresueldos en sobre cerrado, Bárcenas blanquea su dinero negro con una amnistía fiscal a medida, y una fundación del PSOE paga a la mujer del jefe de la Fundación hasta 60.000 euros por artículos supuestamente escritos por una tal Amy Martin. De todas las estafas, me negarán que ésta última es la más imaginativa. Al menos el PSOE tiene estas cositas de la cultura y el arte. Y la chica guapa es. Como escritora ya no sabría decirles, pero quizá la contraten para narrar la historia de esta nuestra España, camisa blanca de la esperanza.