Hoy he estado en una formación con chicos grandes, como de dieciocho o veinte años. Acostumbrada a ver niños, ha sido todo un descubrimiento. Piensan, se quedan en silencio, escuchan, reflexionan, y en fin les hablas de tú a tú. Es raro y gratificante.
Y hablábamos de conflictos. De los buenos y de los chungos. De qué soluciones son las que funcionan mejor, de cuáles les han dado a ellos mejores resultados, si lo de acabar a puñetazos o lo de que venga la policía o lo de hablar y eso.
Cuando les he preguntado si la palabra conflicto les ponía la piel de gallina, todos se han quedado sorprendidos y me han hecho saber que los conflictos son parte de la vida y que sin ellos no somos nadie.
Y entonces uno de esos chicos, a los que yo pensaba enseñarles algo, ha dado con la definición perfecta de la palabra conflicto. Me ha dicho: el conflicto es la sal de la vida.
Va a ser mi mantra mediador a partir de ahora.
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