Trabajas para la Administración Pública. A diario recibes a gente que tiene problemas. Gente que ve en ti la solución a esos problemas. Como si tú pudieras decidir algo, resolver algo, determinar qué será de su conflicto, y con ello, de un trocito de sus vidas. Les pides documentación. Cuando no traen toda esa documentación voluminosa que les has solicitado, te exasperas porque te están haciendo perder el tiempo. Tiempo que no tienes de más, que necesitas para otros casos, o porque se te ha hecho la hora y quieres ver a tus hijos antes de que se vayan a dormir. Pones mala cara, piensas por dentro que se podían haber leído mejor la solicitud que les dieron antes de venir a verte. Que si no vienen preparados y atiborrados de papeles, para qué creen que han venido?
Y todos esos Daniels Blakes te miran con miedo, pensando que si te enfadan, la pequeña tuerca que tú supones en el engranaje de sus vidas se quedará parada o, peor, contará hacia atrás y se quedarán sin casa, o sin luz, o sin agua caliente, o sin alquiler social, o sin divorcio o sin custodia de sus hijos, o sin renta mínima de inserción. Sin saber que todo eso no depende de ti, sino del sistema. Y qué sistema, preguntan? Y no saben que si llegan tarde a la cita ya no hay cita. Da igual que seas médico, mediador, trabajador social o administrativo de la agencia tributaria. Si llegan tarde su turno pasa al siguiente y no tendrán otra oportunidad hasta que el sistema vuelva a admitirlos. Y el sistema no suele ser una persona; nunca lo es. Sino un ordenador con voz en off que no te permitirá pelearte, sino apretar teclas hasta deprimirte y colgar o apagar la computadora.
Pero por suerte hay algunos Daniels Blakes que te hacen volver a confiar, no en el sistema sino en las personas. Gracias Ken Loach.
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