La vida pasa todos los días, pero como va poco a poco no nos damos cuenta de los surcos que deja más que al mirarnos en las fotos de hace diez añitos, por ejemplo, o cuando una hija nos pide el pintalabios para su fiesta o quiere mallas negras para ir a una discoteca y te dice que 'es lo que se lleva!', y de pronto sientes que te han caído doce años encima como al que le caen doce kilos de grasa extra sin haberse comido un dulce. Ah, eso era todo? piensas... Es que pensé que había algo más... Es una de las grandes frases de Patricia Arquette, grande Patricia en Boyhood.
Ethan Hawke, qué decir de él, es ese tío del que todas nos hemos enamorado alguna vez: guapo, interesante, con un coche viejo que es como su segundo yo, distraído, disperso, que no encuentra su camino en la vida y va probando esto hoy y aquello mañana, hoy cazo ballenas y mañana toco en un grupo de rock, para quien las reglas son un corsé insoportable y la rutina es eso que les pasa a los otros. Es adorable pero imposible.
Y el crío es eso, un crío. Que pelea con su hermana como hacen los tuyos en casa, exactamente igual y por las mismas cosas, que crece y se convierte en un adolescente lleno de granos y un pelo que le tapa la mirada, que se emborracha y fuma porros, cuya novia pija le abandona por un tío que piense menos, que se plantea el porqué de la existencia y que no quiere seguir las clases sino hacer fotos y capturar así el instante... y que te recuerda todo lo que tú fuiste y ya no serás, que te vuelve a llevar por caminos que pensabas que ya no estaban en tu recuerdo y te sientas a mirarle como se sienta Patricia Arquette cuando ya ha conseguido sacarle adelante.
Boyhood son doce años de un mismo chico, de un mismo Ethan Hawke y de una misma madre que pelea sola contra viento y marea y se enamora siempre de los más inconvenientes novios. Es una preciosidad. Y lo mejor es que podría seguir mirando sus vidas otros veinte años más sin pestañear. Gracias Linklater.
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