Una persona muy querida para mí me recuerda constantemente que tengo que ser una abogada experta en casi todo lo que me pregunten, una madre dedicada a su hijo en la medida de todas sus posibilidades y tiempo libre, una esposa abnegada y sacrificada a su marido en beneficio del matrimonio y la familia, un ama de casa siempre atenta a las necesidades del hogar, y por fin una mujer que no se descuide a sí misma.
Con este nivel de exigencia, he llegado a tal cantidad de estrés que ni siete trabajos ni doce hijos me hubieran cargado tanto como esas obligaciones autoimpuestas. Porque antes o después me he dado cuenta de que nadie, ni mi marido ni mi hijo ni mi jefe ni mi cuerpo me han pedido que me convierta en la chica diez. Sino que yo, con la publicidad en la mano y los programas de la tele y los consejos familiares, me he convertido en una autodidacta en pos de esa mujer perfecta que no conseguiré alcanzar jamás. Y eso, pues estresa a cualquiera, o no?
Llama al pediatra, mientras organizas una reunión de trabajo y resuelves los últimos tres problemas que te ha sugerido el jefe de la empresa para la que trabajas. La pediatra no contesta. En eso te llaman del colegio que a tu hijo le subió la fiebre y tienes que ir a por él. Recuerdas que tendrías que anular la sesión de depilación que encargaste para esa misma hora hace casi dos semanas. Habías quedado con una amiga para un café rápido, pero ella comprenderá. El de los radiadores tenía que venir esta misma tarde justo a purgarlos para el invierno, pero ése también tendrá que esperar, además dónde puñetas estaba su teléfono para avisarle? Te miras al espejo, mientras te lavas las manos, y comprendes que una sesión de maquillaje y otra de spinning tampoco te vendrían pero que nada mal. Te gustaría chillar, pero ya mejor lo dejas para más tarde, el colegio vuelve a llamar, que si le dan el apiretal al niño, que está con treintaynueve de fiebre.
Tengo varias amigas que acuden ya con toda normalidad al psicólogo. No desvelaré sus intimidades, pero a grandes rasgos puedo decir que una porque no tiene novio, otra porque su exmarido es un maltratador, la de más allá tiene problemas con su madre y la de más acá no supera que su ex la dejara... todas a terapia. Y ellas, y yo, afortunadamente somos las privilegiadas que nos podemos pagar esa terapia anti estrés, para comprendernos, para autoanalizarnos, para archivarnos y acomodar nuestros pensamientos pecaminosos. El resto de las comunes mortales no tienen ese dinero para gastar en el psicólogo privado, así que llegan a la consulta de la Seguridad Social con una tristeza infinita, o con una ansiedad que no las deja respirar, y le piden al doctor una pastillita para calmar la falta de sueño, la insatisfacción de no ser otra, el anhelo de una vida más holgada. Y el psiquiatra, que no tiene ni tiempo ni medios para proporcionarles una cura a su medida y una oreja por horas, les da efectivamente una de esas pastillitas que se recetan, o deberían recetarse, para las depresiones graves, pero que igual solucionarán un roto que un descosido. Y si no les curan la tristeza, al menos actuarán de placebo para entretenerles la pena.
Y mucho mejor que yo lo ha dicho Laura Rojas Marcos para El País de ayer. Transcribo literal:
Presos de los 'debería'
"Vivimos un ambiente de malestar casi global, al menos en Occidente. Hay gente que vive bajo una presión importante, acentuada en parte por la crisis", afirma Laura Rojas Marcos, autora de El sentimiento de culpa (Aguilar). "Lo positivo es que en el plano individual somos cada vez más conscientes de ese malestar, sabemos que esos problemas tienen nombre, que pueden ser serios... El riesgo es ahorrarse la mínima perturbación a cambio de un lexatin. En muchos casos esto se produce porque no nos tomamos el tiempo de ver cuál es el problema. Hay que asumir que tenemos que pasar por etapas de tristeza, de pérdidas. ¿Por qué anestesiar ese estado? Hay que afrontar los duelos y aprender determinadas técnicas que nos van a ayudar a sobrevivir", asegura la psicóloga. "Es necesario también aprender a conocerse, identificar los días malos, para esquivar nuestra propia irritabilidad y no crear un círculo de estrés en nuestro entorno".
"Hay miedo a sufrir, a no dormir, a una crisis de ansiedad...", reflexiona Eudoxia Gay. "Hay gente que no tolera una noche en blanco, porque las noches son oscuras, y no todo el mundo soporta la soledad. En definitiva hay gente que prefiere yugular sus penas", añade. Aunque también es cierto que ese valium que tapa otras carencias permite a mucha gente ir tirando y no ir a peor.
Laura RM ofrece otra clave: "Conviene aprender a ser flexible con uno mismo. Hay mucha gente presa de los debería: debería haber dicho, conseguido, haberme dado cuenta... Todo eso, las excesivas expectativas y la baja tolerancia a la frustración complican mucho la vida. Es la tendencia a la insatisfacción, al bovarysmo (por Emma Bovary). Pero nuestra vida real no es una novela".
Ahí lo dejo. Pero en la última frase no estoy de acuerdo. No sé porqué nuestra vida real no va a ser una novela. La ficción se nutre sobretodo de la vida misma. Y estamos aquí para escribirla. Y de paso vivirla. Cada día es otro folio en blanco, al menos así la quiero vivir yo, si no es mucho pedir...