
La primera y única vez que volé a un país árabe y rico fue hace cuatro años, y se llamaba Emiratos Arabes Unidos.
Las mujeres que me encontré por las calles de Dubai y de Abu Dhabi iban en su mayoría cubiertas de seda negra, con las manos llenas de joyas y ampliamente maquilladas en las partes del rostro que se dejaban ver. Algunas cubrían también su ojos, pero eran las menos.
Me contó una amiga que reside allí que esas mismas mujeres iban todas fashion por debajo del faldón, con prendas carísimas de Dolce&Gabanna y ropa interior de CK o Dior. Y sin embargo, todo eso sólo era para disfrute de maridos, familia reducida y amigas del mismo sexo. Gasto excesivo para tan poco público, pensé, pero en el país de los petrodólares eso es lo de menos.
Lo que más me impresionó fueron las historias de tres occidentales convertidas al Islam por amor. La primera es Dolores, norteamericana y profesora en la Universidad de Historia para mujeres -las universidades no son mixtas-. Casada con un emirati, se cubre con el hiyab siempre aunque deja su rostro al descubierto. Igual hace Carmen, una catalana casada con otro emirati, la que ni siquiera cuando va sola a su pueblo catalán se desprende de la túnica o hiyab. Eso es convicción y no lo de ZP. Y a la tercera la conozco en primera persona. Es belga, llegó con vaqueros a Dubai, y después de varios meses de noviazgo con un emirati ya estaba vestida al uso, con el cabello cubierto, y había dejado el alcohol. Por respeto a la familia de él, y sobretodo por amor, me dijo. El no me da la mano cuando me ve y baja la vista para no mirarme a los ojos.
Si me es imposible meterme en la piel de una mujer nacida y educada en un país musulmán, no me pasa lo mismo con una occidental reconvertida, por eso me cuesta tanto entenderlas.
Hay muchas cosas sobre las que no tengo una opinión perfectamente definida, y según el momento y los argumentos a los que me enfrento, mi respuesta varía. En este asunto, sin embargo, me cuesta admitir que no tengo una opinión clara al respecto, porque, amigos, todo el mundo parece tenerla!
Periodistas, blogueros, comentaristas de televisión y tertulianos de radio, absolutamente todos saben si hay que dejar a las musulmanas cubrirse con el velo en nuestros países occidentales o si, por el contrario, hay que prohibírselo. Mujeres de este mundo y del otro, por descontado, también tienen su dictamen negativo o positivo que aportar, sin dudas ni fisuras.
Yo me pregunto de dónde sacarán todos tanta convicción para emitir su juicio de 'velo sí' o 'velo no'. Me gusta saber lo que piensan las mujeres musulmanas informadas e intelectuales sobre la cuestión, y en realidad es a las únicas que tengo en cuenta ya, porque son la fuente de información que entiendo más fidedigna y con más autoridad para explicarse y hacerse entender desde mi subjetiva visión occidental.
La última entrevista que he leído a una mujer así ha sido en El País del martes 9, contraportada, a Afrah Ba-Dwailan, juez en la capital de Yemen. Al parecer, la única jueza de Saná está al frente del Tribunal de Menores. Destaco literalmente algunas frases que ella pronuncia:
"Nunca he aceptado un soborno."
"Cada día son más las chicas que estudian e incluso se doctoran, aunque se cubran de negro de la cabeza a los pies. Es una costumbre, no hay nada ni en nuestra Constitución ni en el Corán que les obligue a ello... Yo misma, cuando voy a mi pueblo me cubro por respeto a mi familia."
"El problema no está tanto en la ley como en la sociedad y la familia... el castigo social es más fuerte que la justicia".
"Las mujeres que por el motivo que sea acaban en la cárcel, no quieren salir porque tienen miedo de sus familiares. Ni la familia ni la sociedad las aceptan."
"No deberíamos consentir que una madre tenga que mendigar para dar de comer a sus hijos".
"Los hombres no piensan en la mujer como una igual, sino como un ser débil".
Lo que os decía. No sé qué pensar. Tenemos que dejar que cada una se vista como quiera pasados los 18 años, o tenemos que defender un tipo de sociedad por encima de los valores individiduales de cada uno de sus miembros? Nos fiamos de que su decisión es libre y sincera? Y sino es así, por qué dejamos que otras mujeres se encierren, voluntariamente o siguiendo el dictado divino, en conventos de clausura? Porque esos sí que son nuestros valores?
Qué hacemos con el ¡prohibido prohibir! de los pijiprogres del 68?
De lo único que estoy firmemente convencida es de que serán mujeres como esta juez, como Irene Khan -secretaria general de Amnistía Internacional y primera musulmana en el cargo-, como Shirin Ebadí -jueza iraní y premio nobel de la paz-, y como muchas mujeres anónimas del mundo islámico las que conseguirán arrastrar la religión al lugar que le corresponde en la sociedad y la política, es decir a un rincón privado del alma de cada uno. O eso espero yo.