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lunes, 28 de abril de 2014

AUTOGRAPHER, MI OTRA VIDA



Por la mañana me levanto y pongo el desayuno a mis hijos. Mis hijos de carne y hueso, con sus nombres y sus apellidos de toda la vida, que lloran y tienen pataletas y no tienen botón off. Uno derrama la leche mientras el otro pega patadas a un balón y rompe el cristal de la puerta que da a la terraza. Bum. Mi marido estalla en alaridos y mi hijo se va a su cuarto hecho un mar de lágrimas. El desayuno is over. Finito, caput. Al colegio.

Cuando por fin los coches aceleran y puedo avanzar hasta la puerta de su escuela, los deposito a cada uno con su mochila, su bocadillo y su mente inmaculada delante de su profesora. Y me voy.

Mi ordenador se enciende y una mujer llamada Samanta me pregunta qué quiero para desayunar. Tostadas con mermelada y un café humeante. Mi asistente Cortana me ha seleccionado los artículos que necesito leer antes de ver a mi editor jefe y un listado de los contactos que me han enviado mensajes mientras dormía, dividido entre los que ofrecen algo y los que piden algo, y luego entre los amigos y los conocidos.

Me cuelgo mi Autographer del bolsillo antes de entrar en el despacho de mi editor y así luego podré visualizar todo lo que no haya memorizado. Hago lo mismo con las siete visitas de clientes, a los que tampoco les importa que les grabe porque ellos hacen lo mismo conmigo.

Hago un break para charlar con mi marido por facetime. Está mucho más simpático que en persona, he de admitir. O será el brillo de sus ojos que mi pantalla aumenta sin saber porqué. El caso es que me alegro de haberle visto y olvidar esa sensación agridulce de escucharle gritar a los niños eso de ¡ya está bien! Aprovechando estos buenos recuerdos, pongo la cámara a seleccionar los momentos felices del último fin de semana de paseo por Londres. Ni siquiera los he tenido que seleccionar yo, sino que Cortana para mí y Siri para él –utilizamos sistemas operativos distintos pero compatibles ya- detectan perfectamente cuándo hay buen rollito entre nosotros y cuándo es mejor eliminar y hacer un corta y pega de toda la vida.

Mi marido me engaña con su asistente operativo. Sé que le ha diseñado un cuerpo a su medida y la voz de una actriz americana, como si fuera Joaquin Phoenix para Her. ¿Pero ese sexo virtual –como lo llama Jordi Soler en su magnífico artículo La era de Funes- son o no son cuernos? ¿ Desde cuándo no puede uno imaginar que se acuesta con estrellas de cine sin hacer daño a nadie? ¿Y si lo que imagina es que se acuesta con el vecino de la puerta cuatro? ¿Es eso peor por más realizable, o mejor porque al menos le puedes partir la cara en un momento dado?

Estoy confundida, la realidad del siglo veintiuno, con sus autographer y ‘la otra realidad’ me han pillado medio desprevenida, y voy aprendiendo a trompicones lo que a mis hijos les parece coser y cantar, que diría mi abuela.


Sigo utilizando mi memoria para almacenar recuerdos, que luego se me borran y se me difuminan a su antojo. Y me empeño en ver, sin ponerme las GG (google glasses), las actuaciones del cole de mis hijos. Hasta he pensado en no grabarles el día de su cumpleaños, en una locura que me dice que lo almacene yo todo y no la autographer. Pero en casa sucede que ya todos me toman por chalada. La que quiere vivir sin red social ni memoria independiente de un ser humano. Sin GG que diseñen a mi antojo la realidad que me rodea, sin Autographer que guarde y diseccione todos los momentos de mi vida de forma autónoma y sintética. Y hasta había pensado, un un tris de rebeldía, en volver al café con leche con lactosa y cafeína y dejar en casa la pulsera que mide mis pasos, mis calorías y mal carácter y lo convierte todo en parámetros, porcentajes asépticos y módulos regulables. Como si no fuera un robot. 

jueves, 10 de abril de 2014

Ida


Entre tanto ruido ciudadano, la semana pasada me recluí en el cine como el que se retira a un convento de clausura situado en medio de la ciudad. Y nunca mejor dicho, porque la polaca Ida va exactamente de eso, de una chiquilla que ha nacido en un convento, que no ha visto otra cosa que monjas en su corta vida y que, antes de tomar sus votos definitivos que la lleven a rezar por Cristo Dios durante el resto de su vida, y bajar la cabeza al ir por los pasillos no vaya a ser que se distraiga con las cosas de este mundo, se va a visitar a una vieja tía suya, único familiar en el mundo que le queda. 

La  tía en cuestión es roja perdida, no cree en nada ni en nadie más que en una botella de alcohol de máxima gradación, y fue juez contra los nazis en los cincuentas. Se acuesta con cualquiera que se lo pida, y si es con una copa en una mano y un cigarrillo en la otra, mejor aún. Olvidar es lo que quiere, pero no sabemos muy bien por qué ni para qué. 

En cuanto a Ida, es una bella niña que no se quita el velo casi ni para dormir y que vive en silencio su gusto y disgusto por las cosas mundanas, lo que incluye a un músico de jazz guapo hasta en blanco y negro. 

Y entre la jueza roja y la monja de clausura, nos conducen por un camino de muertos y muertes.  Agradable, eh? Todo en un riguroso blanco y negro y en versión original, o sea en polaco. Y qué será que a pesar de todos esos inconvenientes, la  peli es una verdadera y auténtica joyita, tal y como la clasificó Boyero en su columna y que fue lo que me llevó derecha al cine. 

Sólo diré una frase que les gusta mucho a las elegidas por Dios, una suerte de casta superior insuperable y sólo apta para aquéllas a quienes Dios ha tocado con su dedo. Y después, qué viene después? Lo normal, la vida nada más. Y ellas se van con Dios, no con la vida nomás. Hay que ver la peli para entender lo que estoy diciendo.