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viernes, 22 de enero de 2010

los hombres grises


No sé si leer Momo, de Michael Ende, a los catorce años, consiguió que tuviera aversión por los trajes grises y por los hombres y mujeres que debían llevarlos, como si fueran presos de sí mismos, o bien esa tirria por el color gris y la textura de las chaquetas de oficina se debió a mis primeros años entre bufetes de abogados. Probablemente lo uno llevó a lo otro y así se fueron entremezclando en mi cabeza las ideas contrarias al control del tiempo y la medición de la rentabilidad. No sé si Michael Ende conocía ya en 1973, cuando publicó su libro, los fabulosos métodos de los bufetes norteamericanos para medir el tiempo dedicado a sus clientes en unas hojas de tiempos llamadas 'time sheet'. Sí, suena a tiempo de mierda, que es lo que es, paradojas de la pronunciación.

Este mes he descubierto otra joya, El hombre del traje gris. Aunque es un libro escrito en los cincuenta, y que recrea el ambiente de la sociedad americana de esa época, lo ha reeditado en 2009 Libros del Asteroide, con prólogo de J. Franzen. Y la verdad, que no puede ser más actual.

Al igual que me pasaba con Momo, lees algunas frases de El hombre del traje... y te das cuenta de lo poco que hemos cambiado en sesenta años. Si acaso, nos hemos hecho más cínicos. Ya no creemos en las bondades del trabajo ni en en eso de que las ocupaciones te harán libre. Los hombres de la época de Tom Rath, el protagonista de la novela, sí creían en esas cosas. Por eso él se sentía tan desubicado en un mundo que le había decepcionado a través de la guerra.

La mujer de Tom, Betsy, en cambio, sigue siendo una luchadora ilusionada y vital, sin los sentimientos de superioridad y distancia que da el cinismo. Ella cree en la virtud del trabajo a destajo, en los hombres dueños de imperios empresariales que han levantado su país, y cosas similares. Claro que Betsy es ama de casa. Y hoy ya no quedan tantas amas de casa cándidas y positivas, siempre con una palabra de refuerzo para el marido y una copa de bourbon para cuando llegan a casa.

Tom reconoce que le importan un pito los trabajos en los que se mete, excepto porque los pagan bien y él necesita dinero para mantener a toda su prole. Sus entrevistas de trabajo se parecen mucho a las de ahora, todos mienten y cada uno viene a decir lo que el otro quiere escuchar. Sin embargo, cuando tiene que decidirse entre ser millonario y tener una vida privada, ahí vienen los dilemas.

La novela se podía haber escrito anteayer. Tom podía haber sido un abogado o un publicista del siglo veintiuno, y haberse topado con un jefe igual de workaholic que el suyo, que se comiera su tiempo libre a bocados.

Al final, la opción la tenemos en nuestra mano cada uno. Siempre que no hayamos nacido en Haiti.

6 comentarios:

Jo Grass dijo...

Excelente reseña. Has conseguido que apunte los datos y me entren unas ganas tremendas de dejar ahora mismo el trabajo y largarme corriendo a la Fnac a buscarlo.

Es cierto que, en general, nos hemos vuelto más cínicos, o puede que a pesar de la tecnología y las posibilidades de ocio, o la independencia que nos procura la vida hoy en día no hayan cambiado tanto los asuntos del laboro y por eso las historias parecen las mismas.

Un besito y felíz fin de semana.

Sera Sánchez dijo...

Que curioso, este libro lo leí cuando a los 20 años (ahora tengo 44) y me encantó.
Un abrazo

Franki Salbla dijo...

El trabajo es una maldición (bíblica) y os puedo dar fe ya que he trabajado la tira ( no había más remedio).
El tema es que si el personal, él o ella, solos, se lo piensan, meditan y llegan a conclusiones, si de verdad lo que hacemos tiene sentido y si lo tiene para qué. Lo malo de esto es que el pan te lo tienes que asegurar.
Quizás tienes que fijarte un norte claro, tengo que trabajar no tenemos otra, pero, me propongo un fin. El mio, jubilarme a los 55 años y después vivir como me de la gana, agarrando la subsistencia como dios manda, sin aprietos. Lo conseguí.

Rosa Chover dijo...

bien por ti Franki, es difícil no perder el Norte con la vorágine laboral, te enredan y enredan en el día a día y al final se te olvida para qué hacías todo esto... quién se inventó lo de la realización personal a través del trabajo? era un genio!

Franki Salbla dijo...

Una coletilla a lo de Haiti. No sólo hay un Haiti, nos acordamos de ellos por el terremoto, pero Haitis los tenemos a puñaos. No hacen falta terremotos para verlos.

Rosa Chover dijo...

claro Franki que hay cientos de Haitis, de hecho la misma Haiti no estaría mucho mejor antes del terremoto, por lo menos ahora alguien piensa en ellos, pero así funciona este jodido mundo, a golpe de noticia...