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martes, 30 de diciembre de 2008

El día que quise escuchar a WA

Woody Allen es uno de mis ídolos. Me gusta todo lo que escribe, todo lo que dirije, y creo que si supiera lo que piensa hasta de eso me declararía fan. Y sin embargo, en la Navidad de 1996 se me cayó un mito.

Había planeado viajar a Nueva York con Sandra, una de mis mejores amigas. Y a pesar del mal cuerpo que nos quedó después de la alcoholemia de Fin de Año, el día 1 de enero de 1997 nos embarcamos en la por entonces rimbombante American Airlines hacia NY. Yo viajé tumbada entre dos asientos, porque no podía parar de vomitar y sólo comía peras o manzanas. Pero poco a poco el malestar fue cediendo y llegamos al JFK muertas de sueño pero con mucho ánimo.

El hotel que nos habíamos reservado era una cutrez situada en el meollo de Manhattan. Me habían recomendado coger una habitación doble con cama de matrimonio, que salía más barato que dos camas. Que nadie me pregunte porqué. El caso es que mientras hacíamos la cola en recepción alguien gritó 'para quién es la habitación con cama de matrimonio?' y nosotras dos avergonzadas levantamos la mano.

Y le hicimos los honores. La cama no era muy grande, y casi se chocaba con las paredes, pero a pesar de eso y de que la calefacción emitía unos ruidos constantes y espantosos, dormimos como dos posesas durante las siguientes doce horas.

A partir del día siguiente nos dispusimos a pasear, shoppear, cenar en el River Café, tomar café en el Plaza, vagabundear por el mítico Central Park, bailar en algún club de dudosa reputación y, por fin, conocer al siempre admirado Woody Allen en su club de jazz. No recuerdo si el sitio donde tocaba su clarinete era el Harry's bar o un sitio de nombre parecido. Pero salía en todas las guías, y la New Orleans Jazz Band de WA tocaba todos los lunes.

Estuve atenta para que no se nos pasara la fecha, y reservé dos asientos con varios días de antelación. Lamentablemente el Harry's bar estaba de obras, me dijo una voz en off al otro lado del teléfono, así que la NOJB de WA tocaba ese mes en el bar del hotel Meridien. Ningún problema, reservé para el Meridien igualmente. Como era una voz robotizada no supo decirme si mi ídolo iba a estar o no tocando esa noche. Pero de todas maneras su mítica banda valía la pena. Disfrutaríamos de una noche de jazz que en nada tendría que envidiar al Blue Note.

Por fin llegó la noche del lunes, y Sandra y yo nos acicalamos para acudir a la cita musical, que estaba previsto que comenzara a las nueve y media, si recuerdo bien, a pesar de que la banda no llegaría hasta las diez. Es para hacer boca, me dije. Además, seguramente habrá mucha gente esperando para entrar y será como un buen concierto de los Rolling, pero en jazz.

El Meridien tenía de todo menos pinta de club de jazz. No había música ambiental, no había ni negros ni blancos tocando nada, no había luces bajas y ambiente de nocturnidad y alevosía. El habitáculo era un salón de hotel clasemediero con luces blancas y decoración en mármol y confort. Tampoco había mucha gente esperando, pero nosotras pagamos nuestra entrada religiosamente, creo recordar que 25 dólares de entonces, y eso nos dio derecho a un asiento y una mesita para dos. Enseguida vino el camarero, nos preguntó qué tomaríamos, y pedimos sendos vinos blancos, que como tampoco estaban incluidos en el precio, sumaban otros 25 dólares por barba.

Enfrente de mí, delante de mi copa, tal que si hubiera acudido a una boda y hubiera un cartelito con mi nombre en mi asiento, había una amable nota de la dirección del hotel que rezaba así, y lo digo textualmente porque recuerdo cada palabra: "It is not confirmed that Mr. Allen will join us tonight".

Cuando vimos eso, nos empezamos a mosquear de verdad. Llevábamos gastados 50 dólares cada una, habíamos renunciado a una soirée en un verdadero club de jazz, para acudir a un frío hall de hotel donde no había ni músicos ni ambiente y donde, para más datos, tenían estandarizada una nota que confirmaba nuestros peores presagios. Quizá Mr. Allen no acudiera esa noche.

No te preocupes, le dije a Sandra, porque aún en el hipotético caso de que WA no acuda esta noche, porque quizá tiene otras ocupaciones como escribir un guión maravilloso con el que nos haga gozar la próxima temporada, su banda debe ser muy buena. Aquí se creará un ambiente jazzístico en breve y podremos disfrutar la velada, con o sin Allen.

Así que nos relajamos y pedimos otro vinito para endulzar la decepción. Otros 25 más propina obligatoria.

Es evidente que WA no apareció. Pero su banda sí. Y bueno, eran una banda corriente de jazz. No fue ni mejor ni peor que otros conciertos que he escuchado de jazz. Sí bajaron algo las luces, y por un momento llegué a vibrar, más por necesidad que por entusiasmo. Pero el espejismo duró lo que dura un telediario. A los tres cuartos de hora de comenzar ya estaban recogiendo. El público logró amortizar la entrada con otro cuarto de hora más de regalo, pero el resultado final fue que la banda de WA recogió sus bártulos, literalmente, a las once de la noche, y a las once y cuarto ya nos habían echado del salón clasemediero del Meridien.

No es que el concierto fuera breve, es que se acabó la banda y se acabó el salón. Ni disfrutar de la última copita, ni relajarse con el ambiente, ni acaramelarse con la pareja, que en mi caso no había lugar. Se fueron todos como la carroza y el vestido de Cenicienta. Yo me negaba a levantarme del asiento hasta que un amable caballero nos increpó a levantar el culo y unas limpiadoras vinieron con los cubos de fregar. No serían ni las once quince de la noche.

Algún día le diré a WA cómo me sentí esa noche de estafada. Espero que su concierto de anoche en el Calderón de Valladolid tuviera un poco más de fondo de armario. O, a lo peor, que el clarinete de WA no fuera de cartón piedra, como las Fallas de Valencia.

Que tengas una buena entrada de Año y que bailes como si nadie te estuviera viendo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

me recuerda a cuando, hace unos años, desde Tarifa , una amiga y yo cruzamos el estrecho de Gibraltar en ferry, camino de Tanger, buscando aquella colonia francesa en donde Matisse se inspiró, Paul Bowles gestó alguno de sus libros, y se supone que había intriga , espionaje, aristocracia decadente ... dado que TANGER es el puerto de entrada a Africa , encontramos una ciudad vieja, con montones de basura apilados por todas partes, lo cual producía un hedor insoportable..todavía hoy, cuando recordamos nuestra primera impresión al descender por la pasarela del barco nos morimos de risa, eso sí..por un precio irrisorio me comí las mejores almejas a la marinera que he comido hasta hoy.Con la literatura sueñas y en algunos casos, como este, el despertar a la realidad es nefasto.Supongo que la sensación de estafa con esta banda de jazz fue similar, "vamos a ver al genio"pensarías.jajajaj . Anouk

Anónimo dijo...

Bueno, lo cierto es que entiendo la sensación de tomadura de pelo, pero también pienso que cuando la informalidad se institucionaliza y el "talento" se dosifica... no queda mucho para lo que llegamos tarde... no sé, quiero decir que se puede tener suerte y toparte con momentos geniales y en situaciones irrepetibles, pero es dificil pretender que las recreaciones de lo que fue sean algo más que un negocio.... y ya se sabe que todos los negocios son eso, negocios ... cris

Anónimo dijo...

Una tomadura de pelo en toda regla!! casi no podemos acabarnos ni la copa....

sandra

Anónimo dijo...

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