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viernes, 20 de marzo de 2009

Breaks

Solamente he conocido a una persona que no hiciera breaks en su trabajo. Era una máquina, y una mujer. Pero creo que por ese orden, al menos para trabajar. Y aún así, tenía problemas con los jefes. Me temo que iba demasiado rápida para ellos, y lo peor, cuando terminaba su trabajo se iba a casa, ni que fueran las seis de la tarde, oh cielos!

En cambio, el resto hacíamos lo mismo que ella, o quizá menos, pero no salíamos de la oficina hasta, por lo menos, las ocho y media. Y eso sí estaba bien visto. Entremedio, vagueábamos un poquito aquí y allá, tomábamos cafetitos en la cocina, alguno salía a fumarse un pitillo, y hasta colábamos alguna llamada de teléfono personal entre nuestros quéhaceres. Con eso y con un bizcocho, se nos hacían más de las ocho. No como a ella, que de no parar de trabajar todo de corrido se le ponía cara de máquina total, y a nosotros los dientes largos cuando la veíamos coger su bolsa de deporte y salir por la puerta en las narices de Oliver, el jefe.

La avalaban veinticuatro matrículas en la carrera y cuatro idiomas hablados a la perfección. Y una seguridad profesional aplastante. Curriculum y actitud que le servían para que Oliver se tragara sus palabras y le abriera la puerta para salir y entrar cuando le diera la gana.

Siempre pensé que ella era eficiente con su tiempo, y los demás una panda de vagos sin remedio, que tratábamos de escaquearnos de nuestras labores como los niños en el colegio. Y sin embargo, ahora leo en el New York Times que los breaks, o pausas, no sólo son necesarios sino que aportan a las tareas que interrumpen un placer adicional nada desdeñable.

Y me he puesto a pensar en mis series favoritas de televisión, entre las que se encuentran Aída o Mujeres desesperadas, y en la rabia que me da que en el mejor momento las corten para meter publicidad. Claro que, bien mirado, eso me da margen para llevar los platos a la cocina, echarle un ojo a mi hijo que duerme, traer el chocolate a la mesa, lavarme los dientes, prepararme para el día siguiente...

También en los pequeños placeres que constituyen mis breaks del día a día, llámalos rutinas. El café con leche de primera hora, mientras miro mi correo, un cigarro cuando salgo a pasear a mi hijo y se queda dormido, una ducha después de hacer deporte, una conversación interesante en medio de la redacción de un contrato... todo eso me cambia el ánimo, me renueva las ideas, me devuelve el vigor o le pone pilas a mis dedos...

Así que no sé a los demás, pero a mí sin breaks la vida no me vale la pena.

2 comentarios:

seykozz dijo...

Ok me declaro fan de los breaks...

Estoy contigo son necesarios, que hariamos sin ellos... seriamos simples robots con cara de duquesa de Alba en escabeche...XD..

En fin..

Saludos!

Buen blog

MOHRENWITZ dijo...

Conozco a otra máquina, también mujer curiosamente. A diferencia de la que relata Manuela, ésta vive por y para su trabajo. No sólo no hace breaks, además sale más tarde que los demás. No va al gimnasio, se cuida lo justo, y dedica a sus hijas el beso de por la noche y gracias. Trabaja para una gran corporación de tintes machistas casi anacrónicos, dónde por ser mujer lo de sudar sangre es requisito imprescindible.
Voy a recomendarle este blog, para ver si de una vez se da cuenta de que la vida se pasa tan rápido que cuando te quieres percatar lo del beso de buenas noches ya no tiene sentido.

De todas formas, lo de disfrutar de la vida, incluso del trabajo, sigo considerándolo una virtud. Si no sabes disfrutar de una buena conversación, de un buen vino, de las risas de tus hijos, ...